jueves, 4 de agosto de 2016

AÚN ESPERANDO MI DÍA

Abrí los ojos y vi el rostro de mi madre por primera vez, sus ojos verde azules eran hermosos, iluminaba la oscuridad en cualquier lugar, su pelaje negro, suave y brillante.
Luego de dos meses de haber nacido, mi madre estaba muy delgada, toda la comida que conseguía me la daba a mí y  estaba enfermando, intenté que me recibiera un bocado pero me dijo: “tranquila, mi pequeña, tu comes por las dos, te amo”, el día se anocheció, me desperté, tenía frío, me hice al lado de mi madre, pero su corazón ya no latía, su pelo se había tornado seco y sin brillo. La sepulté pues  era lo único que podía hacer, en ese momento me acordé que mi madre me decía que pasara, lo que pasara, los gatos no lloran, pero por alguna razón algo parecido a una gota de agua, rodeaba mi mejilla, caían una tras otra, hasta que me quedé dormida encima de su sepultura.
Pasaron meses y meses, estaba caminando en las calles, cuando vi a una hermosa señorita, aunque era humana, pero me atrajo mucho la atención que se parecía a mi madre, su pelo era igual al de ella, sus ojos traían tranquilidad y paz, la señorita me vio a los ojos, se agachó, me sobó el pelaje y dijo:” eres una gatica hermosa, debiste haber pasado por mucho, se te nota en tus ojos”, extendió la mano y exclamo:” si quieres puedes venir con migo, yo te daré comida, te cuidare y protegeré”, lo dude, pero al ver sus ojos vi como si mi madre me hablara, extendí mi pata, ella me tomó en su brazos, me llevó a su casa y me acogió como una hija. Todas las mañanas de cada día iba a su cuarto, me subía alrededor de su pecho, a esperar que sus ojos se abrieran, me desesperaba cada noche que ella cerraba su ojos, pensaba que iba a morir igual que mi madre.
Pero aquella mujer tan dulce y hermosa, tenía un esposo horrible que la maltrataba. El día se estaba anocheciendo, escuché gritos, me asomé a la sala, él le estaba gritando y maltratándola, ella le gritó que se largara, él se fue, mientras aquella hermosa mujer lloraba en su cuarto. Él estaba tomando en una cantina; ya era la madrugada, el acababa de llegar, tenía una botella de vino en su mano izquierda y en la otra una navaja, cada paso que daba, me generaba  más miedo, hasta que llego al cuarto, la agarro y le puso la navaja en la garganta de la mujer amable, el filo de esta desgarro su garganta, dejándola sin vida.
Me sentí destruida, una vez más, la que más me amaba había muerto, una vez más, unas gotas de agua salían de mis ojos, una vez más, me quedé dormida con el paso de las horas.
Se le puede llamar coincidencia, no tengo explicación para que a aquella mujer amable la hayan sepultado al lado de donde enterré a mi madre, me quedaré encima de sus sepulturas hasta que mi vida se extinga, o hasta que alguna de las dos abra sus ojos verde azules.